domingo, 28 de agosto de 2016

La pared con la cabeza

–Linio, ¿has visto mi cabeza?

El torso de la Niña abría y cerraba cajones, removía cestas de ropa y trastos varios.

–Qué despiste, no la encuentro.
–Niña, lo que todas nuestras madres nos dicen de "Cualquier día vas a perder hasta la cabeza" tampoco hay que cumplirlo de forma literal. ¿Para qué la usaste la última vez?
–Creo que me la puse ayer para ir al banco (se inquietan visiblemente cuando no la llevo), pero casi seguro que no me la dejé allí porque me la habrían devuelto antes de salir. La traía puesta cuando volví… Luego ya no me acuerdo, la he podido dejar en cualquier sitio.

La Niña abría la puerta de la nevera, incluso la del congelador, por si un pensamiento fugaz le hubiese hecho desocupar las manos al pasar por la cocina. Linio continuaba leyendo mientras seguía su movimiento irregular con el rabillo de del ojo.

–¿Para qué la necesitas?¿Vas a salir?

Pero Linio sabía ya que la Niña no había cumplido los ritos cotidianos que preceden a la salida, así que era otra de las opciones.

–Para golpearla con la pared.
–Será contra la pared, o la pared con la cabeza, en caso.
–Pues quiero golpear la pared con la cabeza, entonces. ¿No me la habrás escondido?– Intentaba que no se notase un deje de ansiedad en su voz.
–Si la hubiese visto la habría dejado sobre una bandeja y un mantelillo con blondas encima del taquillón de la entrada, coronada de pámpanos y ornada de obscuros racimos en sazón. –Linio cambió el tono de sorna por uno recriminatorio.– Niña, ése es un vicio muy desagradable, casi sería mejor que empezaras a fumar.
–Tampoco le hago daño a nadie, ¿no?. Salvo a la pared, que no se queja.
–Pero el mundo se hace inexplicablemente más feo, así que no la golpees y ya está.

Ése "Y ya está" se quedó flotando como un voluta de aire rancio.

–Lo intento, pero…– dijo la Niña.
–Pues mal lo llevamos, porque hace un mes decías que te estabas quitando, no que te estabas intentando quitar.
–Será el camino de la recuperación.– la respuesta, cargada de amargura, era más para sí misma que para el otro.
–Vaya, pues será. Ya no quiero jugar más a "Quién dice la última cosa" –cortó Linio–. Di tú algo.
–Creo que ya sé dónde la puse.
–Hoy para comer hay arroz.
–Vale.
Escrito por Zia Mei
en algún momento de los últimos tres lustros
irregularmente lustrosos
en los que no he dejado de golpearme,
de golpear,
la cabeza contra paredes
limitadas en número
pero ¡tan sorprendentes!
Noto un brillo tornasolado más adelante.
Debe de ser mármol o cuarzo pulidos.
Quizá vine aquí antes
–me duele la frente, no recuerdo bien–.
Inmaculada y lisa superficie.
Allá voy. 



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