martes, 10 de noviembre de 2015

El crédito: Monte de Venus en el Monte de Piedad

Si quieres un deseo que merezca la pena, paga por él. No pagues más de lo que vale o te frustrarás; tampoco pagues menos: las rebajas son para los grandes almacenes, no para las pasiones.

Los deseos no son baratos, ni siquiera los pequeños, pero no se eligen unos u otros en función del efectivo emocional del que dispongamos y queramos utilizar sino de la necesidad, de las ganas que nos posean y, un poquito, de la suerte.

Por ejemplo: he visto a veces amigos con unas reservas amorosas llenas con su contenido en sazón que no podían darlas porque se volcaban sistemáticamente en un recipiente poco adecuado. ¿Un gran deseo eligiendo un objeto calcificado, que no filtra? Qué enorme tristeza. Ríos de deseo del bueno yéndose por la alcantarilla como el vino en las fuentes de alguna ciudad de cuento.

Otro caso es tan peligroso como es vivir.
Todo sale natural así que se aporta en seguida como garantía de pago un libro favorito, cuatro o seis canciones, los recuerdos de una playa durante una tarde en la que parecía no pasar nada, un chiste que aumenta la deuda cuando se empieza a repetir hasta que es necesario empeñar también en el Monte de Piedad las risas que ese chiste genera. En ocasiones extremas esas risas o esas miradas o ese enfado que se comprometen son tan necesarios para el cuerpo que parece que desde la Caja de Ahorros Anímicos te tiran de las vísceras de forma constante. Es desagradable.

Los créditos emocionales pueden tardar años en saldarse. Casi siempre –y esto es maravilloso– se quedan de por vida deudas o extravíos. Te devuelven un parque o la obra de una pintora con el color y el olor fatigados y hay trozos de frases resecas adheridos a aquella camiseta que nunca te volverá a sentar tan bien ni falta que hace.

Cuando al fin ahorres para recuperar y guardar en su caja la risa que suena pura mientras llueve, vislumbrarás quizá un color de carmín o una melodía pegadiza en los estantes y te preguntarás: ¿Quedaron asociados al disfrute de una cerveza compartida? ¿pagaron un beso de reencuentro, de despedida…?

Si quieres un deseo que merezca la pena, no te guardes las miradas ni los silencios, el chocolate ni las corvas ni el cielo de invierno.




 […]te tiran de las vísceras de forma constante. Es desagradable.

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