domingo, 3 de mayo de 2015

Estaba probando distintas formas de leer a Pereira en voz alta

Eran perfectas las clases de literatura. Eran más vida que escritura, la esencia misma de las percepciones y no un simulacro de ellas.

Durante mayo, a causa del calor, arreció la sensación de vivir uno de esos tipos de irrealidad con poco filtro: lo que imaginas se hace cierto, lo que lees se te mete más adentro que los recuerdos propios, lo que escuchas se desliza denso y rápido por el oído como el veneno que acabó con el rey Hamlet.
(escuché aquel mayo tantísimos venenos tan dulces tan intensos tan destilados que aún me matan un poco de vez en cuando)
Entendía los desmayos de las monjitas después de leer

         'Gocémonos, Amado,
        y vámonos a ver en tu hermosura
        al monte ó al collado
        do mana el agua pura;
        entremos más adentro en la espesura.

        luego a las subidas

        cavernas de la piedra nos iremos,
        que están bien escondidas,
        allí nos entraremos,
        y el mosto de granadas gustaremos.'

del "Cántico espiritual" de San Juan de la Cruz.

Destripé sonetos de Lope y de Quevedo como quién resuelve un crucigrama, dando grititos de alegría con cada hallazgo.

Es posible que Juan Antonio Martínez Comeche, que era el profesor de literatura aquel curso, no se acuerde del día en que explicó cómo mirando un manuscrito de Lorca habían visto que no era comiendo sino 'corriendo los membrillos de veneno'. Sólo cambiaba un fonema, pero eso modificaba el significado y lo complicaba. Comeche, con los ojos ardiendo como carbones, rememoraba la lectura de aquel manuscrito lejano en tiempo y espacio.


Disfruté aquellas clases tanto que creo que no se podía sacar de ellas más rendimiento.

Aparte de las intervenciones en clase y el examen o lo que fuese, había que presentar un trabajo de fin de curso. El tema era libre, y podía ser hasta divertido elegir: "Bukowski es la polla. ¿Puede entenderse "Factótum" como autobiográfico? ¿de verdad?".

Algún tema del que tuve noticia fue encantador y delirante.

Con esfuerzo enloquecedor y gravemente enferma de esa angustia contra la que ya tendría que estar inmunizada escribí unos folios, pero me salió un relato, no un trabajo. Mi nota se rebajó bastante.
Lo intenté. De verdad que lo intenté. Vueltas y vueltas: sé que tengo lo que hay que tener en el almacén inmenso de mi cabeza, ¿por qué no encuentro lo que busco? Ayer noche recordaba la imagen de la llave que es además la cerradura única para la que está creada.

El trabajo-relato hablaba del escritor leonés Antonio Pereira.

Me encanta Pereira. Su "Palabras, palabras para una rusa" habla de la sensualidad (Sensual: adj. De los sentidos o de las sensaciones que suscitan) de los sonidos.
El relato pertenece al libro "El síndrome de Estocolmo". He encontrado este pdf por ahí.

Os presento a mi rusa, mi amor:

http://www.fundacionantoniopereira.com/obra/cuentos/palabras_para_una_rusa.pdf


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